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DIÁLOGOS POSTMODERNOS

Tómense unos minutos de ocio

Erase Juanito, un sujeto como todos los demás, que podía lidiar de manera un poco lerda con las tareas escolares, pero aún así era querido por las maestras, incluso siendo bastante rebelde y continuamente llevado a la dirección, sus padres asistían y no pensaban que su hijo tan bien portado podía ser un "pájaro loco" en el salón. Y ante la mojigatería de su madre en situaciones sociales, el niño sólo temía el momento de llegar a casa porque era entonces que la bomba estallaba, aunque siempre abrigaba un espíritu deportivo que nunca dejaba pasar la oportunidad de ensayar las habilidades de cada uno de los integrantes, y recordar que un buen batazo en la cabeza podía hacer recordarle al chiquillo cómo hay que pegarle a la bola para ser un excelente pelotero pero él entendió mal convirtiéndose en un pelotudo; válgame, ¡con el bat que le pegaban al perro! pero tal vez sólo era para recordarle que jugaba con los Bulldogs del Ajal.

 

Sí, en ocasiones bastante inconsciente el chamaco. Hubo una temporada en la escuela en que se desató la histeria colectiva porque un chico de grado más alto le robaba la comida a los más pequeños; aquello se volvió casi un mito y, en vez de jugar a las agarradas o los monstruos con sus amiguitos, jugaba a que uno se volvía el ladrón de comida y perseguía a todos los demás, pero un día el bellaco quiso incluir en su juego a su hermano mayor, que por cierto nada tenía que ver en el entierro, convirtiéndose en  el ladrón de comida, y como sus características daban a las señaladas por todas las lenguas de la escuela, lo llevaron a la dirección, pobre hermano, ni siquiera recibió un ‘usted disculpe', pero, ya se desquitaría con Juanito.

 

Ya en la secundaria, tuvo algunos chispazos de inteligencia, cosa que lo llevó a ser el primero en matemáticas en uno de tantos meses; en los exámenes, el malintencionado maestro hacía que el primero que acabara pasara al frente a vigilar a los demás, era casi un tipo de experimento en donde a uno del grupo lo ascendía a un puesto de guardia, de poder, claro está, que no faltó que el tarugo de Juanito se pusiera a cuidar a los demás un día, todos sabían que los exámenes se prestaban para copiar con gran facilidad, pero nuestro personaje pensó en voz alta y, con voz de Babalú, dijo: "ehh Jordan (refiriéndose a la estrellita del básquetbol del salón), estás copiando", obviamente el maestro se paró y le quitó el examen, el muy taimado de Juanito recibió su merecido en un lugar apartado junto a las canchas de baloncesto, sólo faltó que quedara colgado del aro, a lo mejor porque sus compañeros de grupo eran igualmente chaparros.

 

El primer día de prepa fue mofa de la clase. Él, muy seguro que no tenía que ir a la escuela ese día, fue llevado de las orejas por su madre quien lo puso frente a la puerta del salón y tocó la puerta; salió un maestro gordo, parecido a Pedro Picapiedra, diciendo: "¿sí?", la madre respondió: "mi hijo no sabía cómo llegar a la escuela y ahora lo traigo", el maestro dijo: "¿que clase de hombre eres que tu madre te viene a dejar al salón?". La clase rió intensamente y Juanito -con la cola entre las patas- se dirigió al único asiento que estaba libre, pensando en la dulce venganza, pero esa no llegó nunca, mas bien al siguiente día llegó el director de la escuela diciendo que había un sobre-cupo en el aula y que no podían estar tantos alumnos ahí, así que procedió a mandar a Juanito y a otros cinco infortunados a otro grupo, así es como llegó a la nocturna. Juanito, que gozaba de despertarse tarde, sólo exclamó "¡¡yabadabadú!!".

 

Esos cinco, más Juanito, se convirtieron en los más entrañables amigos: el Tuza, el Goyo, el Pony, el Mai, el Mamey, uniéndose también el Chava, el Totol, el Gil, y el Erick, que era el único que se le llamaba por su nombre, bueno, y a Juanito. Eran todos unos badulaques con características bastante definidas; por ejemplo, el Goyo era casi un mamut de 1.80 (cuando todos promediaban menos del 1.70) y unos 90 kilos de peso, mientras que el pony era un ejemplar de menos de 1.60 aparentando ser un niño; todos los días siempre faltaban a la primera clase, tratando de hacer unas dominadas con el balón y viendo por debajo de las faldas de las colegialas incautas que se paseaban en los pasillos de la escuela. No faltaban los días en que hacían la clásica bolita a alguien, incluso llegando a ahogar a el Chava, que solía ser bastante robusto y, en vez de ayudarlo, todos reían de su pálida expresión ya casi con un estertor diciendo: "pinches putos". Un día que quisieron ultrajar al Pony, el Goyo llegó muy angustiado e indignado diciendo: "Tuzita Tuzita, cómo ves que el Pony dice que soy colita"; o sea, culero.

 

Entre todo eso, Juanito se enamoró. Juanita era una chica por demás hermosa: ojos claros y piel blanca, como aquella chica que le inspiró a Neruda. Esbozaba una sonrisa cuando todos cagaban de risa; cabellos negros y ondulados definían su ser. Cada vez que Juanito hablaba con ella, tartamudeaba, se le olvidaba dónde vivía, no sabía en qué clase estaba, incluso la primera vez que le habló, dijo: "hola, me llamo Juanita". No, este tipo seguía siendo un imberbe. Un día, embobado por la atractiva moza, bajaba distraído del camión cuando en un instante se encontraba de bruces contra el pavimento. Sus amigos lo empujaron lanzándolo por la puerta de bajada y, a través de la ventana, Juanita lo miró esbozando sólo una sonrisa, pero ya con la mano en la boca porque no aguantó más, dejando de lado su bienamado misterio. Ella terminó por apodarle "cerebro de teflón".

 

Un día Juanita se fue y Juanito pensó que definitivamente no la volvería a ver nunca más. Así, quiso empezar una nueva vida: no quiso estudiar más y fue saltando de trabajo en trabajo, empezó en una vinatería donde los clientes siempre le exigían que abriera más temprano, a lo que por lo regular él respondía que no era el dueño y tenía un horario establecido, pero siempre hay alguien que lleva la delantera y uno de sus clientes un día le llevó un petate y le dijo "¡pa' que te duermas y te levantes temprano a abrir!". Juanito no supo qué decir, sólo agradeció guardando el petate, y que si bien no abrió a la hora que le habían requerido, sí le sirvió un día que tuvo que dormir en la calle. Otro cliente acostumbraba a comprar un ‘cuartito', abrirlo y tomárselo en el lugar, cosa que estaba prohibida porque no era precisamente una cantina, pero mientras Juanito trataba de disuadirlo con indiferencia, el osado hombre le platicaba sus aventuras que siempre implicaban sus aires aventureros y de cómo en una playa nudista tenía siempre que dominar su miembro viril porque le era inevitable; Juanito, que nunca había ido al mar, soñó mujeres desnudas que entraban a su vinatería pidiéndole un vaso de leche con un paraguas como mezclador a manera de coctel; amaneció mojado pensando ¿qué es un paraguas y qué una sombrilla?

 

Cambió de trabajo sabiendo mucho de licores y se fue de estibador a una compañía farmacéutica; se le hacía fácil hasta cierto punto ordenar las estibas y ponerlas en su lugar adecuado. El jefe se encargó rápidamente de hacerlo surtir el producto a las diferentes sucursales, incluso a hospitales privados. Un día de fiesta, Juanito fue invitado a pasar al convivio. Haciendo un alto en su labor, la chica que daba los canapés era bastante simpática, así que nuestro personaje se le acercó, tomó uno con torpeza y dijo "gracias"; la chica le ofreció una servilleta, pero una de las 30 más que tenía en la mano. Juanito, que había quedado impresionado por la chica, tomó todas. Dio vuelta para irse cuando aquella lo alcanzó diciendo: "¡oye!, no todas". ¡Vaya que vergüenza!, el infortunado hombre se las regresó tirando su bocadillo, quedándose con sólo una servilleta y con calentura de pena, imaginen ahora, un cuadro donde la doncella se aleja y el protagonista queda mirando fijamente hacia la cámara viendo cómo se va la chica, los bocadillos y su estupidez.

 

Como por una casualidad, Juanito conoció a Susanita y se hicieron novios, era la más tierna de las niñas del barrio, arrancaba suspiros como un huracán levanta palmeras, la muchacha era bastante tímida y muy sucinta en sus comentarios, le preparaba a Juanito un pequeño pastel todos los fines de semana. El día que la conoció él le hablaba al oído con excelsa ternura, ya saben: las estrellas, una noche fresca de primavera, los perros callejeros circundando las bolsas de basura que estaban en uno de los callejones del barrio, todo parecía perfecto, cuando de repente, silencio... pudo haber pasado una bola de heno de esas habituales del Oeste; al muy cara dura se le ha olvidado el nombre de Susanita, y aquel soliloquio de palabras dulces queda interrumpido de súbito y sólo puede agregar: "tú eres, tú eres... (...) mmm, muy importante". Ja Ja, lo que pasaba por su cabeza era decirle: "tú eres Susanita, la mujer que quiero bajo esta luna". Después de terminar con ella, se hizo novio de la estegosaura, por lo verde y jorobada; trabajaba en una fábrica de jabones, de esos que dan en los hoteles. Tenía una tonalidad verdusca en la piel, los colorantes se le habían adherido en gran forma y la joroba le brotaba por todas las horas que pasaba inclinada vuelta sobre el trabajo de la manufactura de jabones. Juanito pensó que podía limpiar su reputación con ella, pero no, sólo pudo conseguir un trabajo en el museo de historia natural, era conserje y continuamente pasaba por el espacio de los mundos Jurásico, Triásico y anexos, y es donde pudo constatar el ‘nombre' de su singular novia.

 

Años después, en un viaje que hizo a Guadalquivir, quiso conocer la ciudad visitando cada uno de sus rincones, de repente, vio algo que lo dejó anonadado; no lo podía creer, se frotó los ojos pensando si acaso no era la resaca lo que le hizo imaginar la cara de una conocida en una desconocida, cosa que le había pasado la noche anterior cuando al intimar con una dama, ya entrados en el delirio alcohólico, pensó que se trataba de otra mujer que había tratado antes, pero la irrupción de la mesera ofreciéndole otra bebida pudo despertar a Juanito de su viaje de metaconfusión. Regresando al punto inicial, se acercó sigilosamente a la mujer que no podía creer que era, y le dijo: "hola, soy Juanito, ¿eres tú  Juanita? Ella lo vio detenidamente y dijo dubitativamente, "sí". Juanito no podía contener la alegría, aquella chica de sus sueños delirantes, aquella piedra angular de su vida amorosa aparecía de repente; gritaba de felicidad hacia sus adentros hasta que empezaron a platicar y escuchando un "me casé hace cinco años y tengo dos hijos hermosos". Juanito entendió que el vivir un milagro no es siempre el cumplimiento absoluto de los deseos, sino que es sólo una situación de la cual se debe tomar lo bueno de lo que él se desprenda.

 

Pasó el tiempo y por algunas influencias consiguió un trabajo como mascota de un equipo de béisbol, los Acid Boys de Tangamanga, podían ser los Piratas, los Leones o los Guerreros, pero daba igual, una novena que deleitaba a sus fanáticos con grandes atrapadas y soberbios batazos, que siempre le daban dolor de cabeza a Juanito, y aunque debería alborotar a la clientela del parque cuando eso sucedía, él titubeaba antes de correr en círculos y dar dos maromas en reversa; la solución fue tomarse unas aspirinas antes de cada juego, claro que hubo un tiempo que las dejó cuando el equipo cayó en un ‘slump' tan prolongado que la gente dejó de ir al parque y ya no había que hacerle gracias a la concurrencia. Aún así, temporada tras temporada él seguía innovando y ganándose cada vez más el cariño del público. Casóse con bella mujer del pueblo y compulsiva fan del equipo, todos los días estaba ahí, aún así perdiera. La invitó a cenar un día aceptando ella gustosa, tal vez más porque prefería irse con el bufón del parque antes que seguir esperanzada que otros 18 jocosos individuos (los del equipo de beis) le dieran una alegría. Salieron unos dos años y se casaron con el "llévame al parque de pelota" como fondo musical en la iglesia del pintoresco pueblo. Hay que decir que el órgano de la iglesia fue llevado al parque de pelota una vez que acabó la boda de Juanito. Y así, con un "y vivieron felices para siempre", les he relatado la historia de Juanito. La moraleja: no hay mejor moraleja que a la que cada uno le queda.

2 comentarios

Julio César Vásquez -

Chispas!
Y eso que el badulaque descubrió que la felicidad es una serie de decisiones acertadas concatenadas.
Felicidades mi hermano. Ahi seguimos.

Fernando -

Qué agradable sorpresa Ericel, muy buen texto.

Aprovecho para felicitarte por tu cumple. Que se arme buen ambiente ahí en pizzas Charlies en Oaxaca. Qué mejor regalo que los Guerreros le dieron en su madre a los piratas en las dos series.
Un abrazo.