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DIÁLOGOS POSTMODERNOS

Prófugos/Toma la ruta

¿Qué ves cuando me ves?

Acusados de pretenciosos, incluso por nosotros mismos, por fuera nos llamaban cerrados, por dentro nos veíamos algo dispersos. (Epílogo, Diálogos Postmodernos, 2009).

Has crecido, ya no estás tan joven y sientes que no puedes seguir en el mismo lugar que hace diez años; tienes que desmarcarte. Hoy puedes escuchar las burlas de lo que  tiempo atrás formaste y viste crecer, y te suena ajeno.  Quizá te arrepientas de haberle dedicado tanto tiempo a algo que al final crees que nadie valoró lo suficiente; puedes decir que es un retroceso participar en algo que representa, a fin de cuentas, el pasado (aunque realmente no haya mucho que retroceder, pero, vamos, distancia al fin).  Y sin embargo, algunas veces de camino a casa sueñas con volver, añoras, los días en que ese puñado de tipos sin ninguna formalidad te escuchaban, que junto con ellos conociste otras formas de expresión, los días en que las reuniones eran reuniones, no sesiones de crítica de cine; esos en los que hablabas de ti sin que pareciera que estás narrando el capítulo de tu próxima novela. El encuentro con otros era todo menos una competencia de adjetivos descalificativos. Es posible que eso te suene más sincero que todo en lo que acabó aquello otro.  Tal vez te dieron miedo esas palabras que tanto asustan ahora a cualquier artista independiente: “solemne”, “pretencioso”. Se perdió la inocencia, se tenía que perder.  Sí, ya sé que en estos días no está permitido decir en voz alta después de tres horas criticando todos los encabezados de los diarios “cómo extraño aquella canción de Junior Klan”. Imposible, no a estas alturas. Y aunque irónicamente hoy las tertulias han vuelto a convertirse gradualmente en pláticas de intelectuales, te sientes más en confianza; cobijado y protector a la vez. Lo que escribes es intocable y lo del grupo también; siempre ha sido así, aún desde los inicios. No importa que hoy sacar la guitarra y cantar unas canciones se vea tan lejano, impropio y hasta naco. Y es que en el fondo no te llena del todo pasar horas celebrando un cumpleaños criticando entregas de premios y argumentando una crítica de algún blog; queriéndole decir a ese amigo que escribir no necesariamente significa hacer un diario personal basado en hechos reales, pero no sabes cómo. Y qué más da, al menos ahora sí puedes compartir más de ti. De nuevo, cuando esa solemnidad comienza a coparlo todo, no puedes evitar tararear en tu cabeza esa jocosa tonada de El General con la que tanto te reíste en compañía de una bola de tipos con unas cervezas encima: “No me trates no, no me trates de engañar, yo sé que tú tienes a otra y a mí me quieres para…”. Es hora de salir del camino y tomar la ruta.

Por los buenos viejos tiempos y por lo que viene...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Road Trip: De vuelta a casa

Road Trip: De vuelta a casa

Me encanta la carretera, vivir la experiencia de amanecer en un lugar y dormir en otro a cientos de kilómetros de distancia del punto de origen. Sentir la sensación de desplazamiento, ser una con el vehículo que manejas, sentir el roce de las llantas con el pavimento, disfrutar la velocidad. Poder percibir el cambio en el panorama que tienes frente y de lado a través de los cristales del automóvil, apreciar cómo se aleja justo detrás de ti lo que estas dejando atrás, aunque sea por unos días. Siempre lo he disfrutado, por circunstancias laborales de mi vida, lo he disfrutado la mayor parte del tiempo, sólo. Pero, poder disfrutarlo con una compañía excepcional, y, aunque suene a comercial de tarjeta de crédito, sinceramente, no tiene precio.

Empezar el recorrido como dos perfectos extraños, juntados por una amistad en común, un favor, un deseo por realizarse, un sueño sobre ruedas, con la mejor música del planeta, con la plática más agradable que haya tenido en mucho tiempo, simplemente, un viaje de esos que nunca te los podrás quitar de la cabeza, el inicio de una buena, agradable, enriquecedora y maravillosa amistad. ¿Nos perdimos el asco rápidamente? Definitivamente de acuerdo. Apreciar en el sonido de la voz, el brillo en las miradas, las concordancias, las discrepancias enriquecedoras, un hombre y una mujer enlatados en un vehículo atravesando la mitad del territorio nacional con la misma idea en la cabeza: ¡Volver a Casa!. Me enamoré de Bach y de Louis Armstrong, Bushido y U2 nos afianzaron el camino; Shuarma y Bunbury le demostraron quién soy, el cine nos dio una idea de lo que somos y lo que detestamos.

El cambio climático, fue un parámetro que asimiló el nacimiento de una amistad, partimos del frío y templado clima del inicio "políticamente correcto" de las presentaciones formales de una interrelación humana, aumentando la temperatura y la calidez de la ceremoniosa repartición de ideas, una encuentro de reconocimiento frente a un tablero de ajedrez de color gris y verde, el pavimento y el panorama natural a nuestro alrededor, será un empate ajustado entre dos almas distintas y al mismo tiempo parecidas, un poco distantes, un poco pragmática, un tanto más liberal.

Catorce horas de viaje, con sus debidas horas de sueño y descanso. En serio, ¿nos perdimos el asco? Absolutamente no nos quedó la mínima duda al respecto, una amistad se construye de honestidad, apertura y comodidad. Desde las montañas, a los valles, a las planicies, a los campos abiertos, hasta la entrañable alfombra azul de bienvenida. El paraíso terrenal se llama Campeche, y nuestra escalera fue un automóvil color oscuro con placas de Morelia. Gracias por la odisea muy al estilo Hollywood, sin los percances de un buen drama, pero con la enriquecedora experiencia de un "Road Trip" cuya secuela estaré esperando con ansías. "Cuando la Vida se pone dura, Let's go to the Highway!!!"

 

SUR O NO SUR...ESTE

SUR O NO SUR...ESTE

Me embarqué a un lugar inexplorado por mí el día en que me decidí a poner tierra de por medio entre los recuerdos y el tan buscado olvido, que no es otra cosa más que un recuerdo sin dolor. Aquí empieza esta crónica de mi andar por la Península de Yucatán, el tan ansiado viaje con mochila al hombro buscando ciudades y una playa ajena a cualquier cosa que conozca.

 

De Oaxaca para el Sureste no veo otra cosa que no sea selva, palmeras y trópico, todo aquello que divisan las fantasías cuando sólo se sabe de oídas lo que hay en un lugar o situación que no se ha experimentado. Durante el camino a Villahermosa escuché "Chan Chan" (creyéndome lo más cerca de Cuba) y me tomé un café a las 4 de la mañana a la orilla de la carretera donde sólo la Luna iluminaba un momento de inexplicable calma ante la tormenta de días pasados. Ya al amanecer, ver el Río Coatzacoalcos era una buena señal que ya estaba en otra latitud, muy diferente a las que he vivido.

 

Villahermosa fue el paso para ir directo a Ciudad del Carmen, lugar que quería conocer por el puente sobre el mar, pareciéndome algo digno de ver. El encuentro con el mar, para muchos, y en este caso para mí, podría ser un encuentro inconsciente con un lugar perdido, bienamado, poco ortodoxo pero usual en nuestras fantasías, el romper de las olas y su sonido atrayendo como por gravedad el ícono de la fuerza e inmensidad del mar y su relación con nosotros, probablemente identificándonos con la majestuosidad de la naturaleza, así como en un momento en la niñez nos identificamos con la omnipotencia del padre, esto es estructurante para la personalidad.

 

Ver agua por todos lados, la puerta de entrada para una ciudad que en definitiva sí es muy diferente a lo que me hubiera imaginado, una parte bastante atractiva comercialmente hablando y la otra mucho más pintoresca de pueblo de mar. Le decía a Fernando -al llegar a casa de sus abuelos- que estar ahí me traía a la mente recuerdos salidos del inconsciente colectivo, puesto que también en la infancia tuve visitas a casas parecidas en donde el calor tropical le pone una esencia a la arquitectura, al color y a la sensación de hogar. Comimos demasiado: mariscos y un bistec hecho en casa que me hizo alegrarme por estar en aquel lugar.

        

La Isla fue un buen punto para descansar del largo viaje desde Oaxaca, para probar algo de su comida y emprender el camino a otros cinco lugares más. Así, a medianoche, salí con dirección a Mérida con solamente un mapa como guía y unas muy buenas referencias del lugar.

 

Llegando a la capital de Yucatán saqué el mapa, me orienté y salí con dirección al centro, fue bastante fácil y cerca; antes de llegar al zócalo llegué a un hotel, el cual me pareció una buena opción, una casa colonial y un cuarto sin televisión. Yo, siendo esclavo de la televisión, me pareció una buena oportunidad para despabilarme de la información y de la enajenación que me produce tan ameno aparato, sobre todo porque podía usar mis pensamientos como filosofía y verdaderamente descansar, realmente, ¿a quién le importa un cuarto con televisión cuando se va a estar con la ciudad?

 

¿Qué hace alguien con un día para visitar Mérida? Gustándome la arquitectura, los espacios abiertos con vegetación, los lugares coloniales históricos, los viajes largos, las caminatas en calles inexploradas y un buen lugar para tomar el café... recorrí el zócalo, calles aledañas y un viaje en ‘turibús’; me alcanzó para ir a Progreso, regresar, comer, caminar por el Paseo Montejo y sentarme en dos cafés. Mis versos parecían sólo esperar el atardecer, había partido con la idea de una línea para un poema: "te encontré en la deserción de mis ganas de pensarte..." y así, pude completarlo al compás de la trova, de los gritos del fútbol ("goles suenan a la distancia" como dice Soda Stereo) y con la vivaz huida del humo del cigarro. Acabé ese poema con el mensaje siguiente: "Y no son los ayeres, sino la sobria resignación de tu ausencia lo que me hace derrochar líneas por lo irreversible".

 

Zarpé muy temprano hacia Chichén Itzá con la convicción de seguir llenando mis arcas de sitios arqueológicos, y que mejor que una de las maravillas del mundo moderno. Ahí fue la primera de dos ocasiones que quise estar acompañado, las placas tomadas ese día reflejan la unicidad de mi ser. Fue una experiencia de lo más interesante y agotadora, sin guía y sin libro. El calor de esos días de abril era demasiado, es entonces cuando más se valora un árbol y su sombra; fue un esfuerzo físico que después de caminar otro kilómetro hacia Pisté me dejó hecho jirones, y más porque tuve que regresar a Chichén a tomar el autobús a Tulúm; otro hito del viaje, el caminar por la carretera con selva y sol me hizo sentir como el Lawrence de Arabia, esa sensación que todos podemos vivir un día en la vida.

 

Salí directo a Tulúm con ganas de ver el paisaje que en muchas ocasiones descansa la mirada, y ahí fue donde me surgió la duda inútil acerca de la diferencia entre una palma y una palmera, lo mejor de estas preguntas absurdas es que pensando nada o describiendo el paisaje salen grandes ideas, vastas reflexiones que tienen mayor impacto en uno mismo, y son esos momentos en que algo en nosotros cambia. Cuando llegué a Tulúm me sentía como un perro recién llegado a su nueva casa, pero sabiendo que no es su casa, tal vez me faltó olfatear, orinar un árbol y estar hiperactivo. Vi frustrada mi idea de dormir en hamaca junto a la playa por el miedo a no saber nada acerca del lugar además que oscurecía prontamente, así que pernocté en un hotel constituido en buena parte por madera, tuve una gran habitación, con terraza y vista a la calle, ahí fue la segunda vez que quise estar con alguien, a la luz de la vela y con vino tinto. Tuve a bien a caminar por la población, tomarme un par de cervezas y regresar a escribir mi segundo poema del viaje, cuya línea inicial reza al son de "eres la única noción de poesía que tiene la pluma del escritor".

 

Muy temprano salí a la zona arqueológica, fiel a mi postura de viaje, con mochila y a pie. Tulúm es un lugar al que la playa y la selva dan autenticidad; sus edificaciones no son majestuosas, pero el recorrido vale la pena; bajar a la playa y tomarse unos minutos ahí es el mejor descanso para las piernas. El tiempo después de la visita al lugar fue un buen momento para hacer un alto en el camino mental, sentarme a pie de las olas, preguntándome por el sentido de ese momento, como siempre, nunca hay respuestas concretas, sólo divagué y me encaminé a Cancún.

 

Un giro a mi estado emocional fue encontrarme con la práctica del Atlante y una foto con mi ídolo, el portero Federico Vilar. Emprendí la visita a la zona hotelera de mejor humor y en compañía de una amiga, mi guía por ese destino turístico. Y de repente estaba en otro México, no el que yo conocía; la primera visita a Cancún para cada persona por lógica será diferente, y en esa diferencia me encontré con lo que esperaba pero aún sorprendente. Ahí concreté la idea de que la Península de Yucatán es muy diferente a lo que he vivido en el Centro del país, incluido el respeto por los peatones y cierta organización que sólo puedo describir en mi cerebro, pero no bajar en palabras, es como el sueño que no puedes contar pero sabes que soñaste. Recorrí las plazas, me tomé foto en los lugares obligados, vi a mujeres impresionantes, pero al final acabamos tomando cerveza en un barcito de trova en la ciudad: el otro Cancún, mucho más afín a nuestro México y por supuesto, más afín a mí y a mi viaje. A medianoche salí a la última ciudad del tour, Campeche.

 

Dormí todo el camino, cabe decirlo puesto que al final de ese día ya hablaba por automático, y no podía permanecer despierto y mucho menos lúcido. Me recibió una vez más Fernando, quien muchas veces me había platicado sus anécdotas de esa ciudad estando nosotros en Puebla, así procedí a conocer el lugar de una manera más ordenada, y con guía. Estuvimos en Edzná cuando el sol y el calor estaban al máximo, y por lo tanto parece que eso me dio más energía para subir la pirámide principal y otras más, hasta aquella que aún no descubren del todo y que es más que nada un cerro. Mas tarde, la puesta de sol en el malecón me hizo interpretar a mi cuenta el "Lago en el cielo", de Cerati.

 

Las últimas entradas de un Piratas-Leones, comida y visita a lugares representativos de Campeche, como son los fuertes, cerraron el viaje más largo de mi vida. La mala memoria que siempre me aqueja me hace olvidarme de los nombres concretos, pero los olores, sabores y cuadros mentales son suficientes; a ese punto del viaje ya sólo disfrutaba del momento, los pensamientos iniciales se fueron esfumando y tomando parte de mi cansancio. Las dos puertas de la ciudad amurallada dispusieron la conclusión de la representación de una obra que contaba los alcances de una mirada lejana, que sólo veía en todas las cosas el inicio y el fin de punta a punta. Y así, acabó; del regreso nada más reflexiones, ganas de volver, el transcurrir del reloj de arena del amor perdido, y memoria.

 

 

"De aquel amor de música ligera 

nada nos libra, nada más queda"