De cómo me volví un sufijo
Después de meses de ocio mental, alcohol, ironías, estupidez, delirios ‘filosóficos’ tratando de volverse psicológicos, horas de conversaciones virtuales con todo tipo de personas y personajes, estrechez de mente, cinismo, autocrítica, y un poco de sordidez, afilando el alba con retorcidos gritos sonámbulos en sueños edípicos y de funestas acusaciones pendencieras, me torné en un hombre atacado por sus pecados situándome con neologismos tratando con un poco de humor de condenarme de la manera más suave posible antes de caer en la angustia de ser señalado por mis prójimos como un ente abyecto.
Y ¡uff! Qué más puedo decir de mí, si es que todo ya lo he dicho, pero, antes de callar al papel que ahora utilizo, escupiré brevemente mi nuevo estado nominal: “sufijericel”. Sí, yo convertido en un sufijo. Luego de días de conversación con una cerveza salí trastabillando haciendo recaer sobre mí todo tipo de adjetivos que apenas alcanzaban para definir en lo que yo mismo me he convertido.
Odiaba a los que no confiaban en mí, a la que se creía más de lo que era, a la que me retiró la palabra, a la más fea del pueblo, a los taxistas, a los maestros, sin saber que me odiaba mí, aunque aún no lo sé del todo, pero eso bastó para ser odiericel. Aún así creía en todo lo que en los demás no creían, pero no precisamente en cuanto a un acto de fe, sino mas bien como un acto de desinterés, diciendo “sí” a cualquier cosa que no me importara, creericel no era lo más sano para mí; y créanme que no hablo de delirium tremens, no, aún diferencio los animales de los objetos inanimados.
Espero no volverme ahora aburrericel. Acabo pronto, no se desanimen. Tal vez es parte de mi sonambulismo (¿o insomnio?), lo que sea, pero bien apenas me convencía que era Jonasericel cuando me despertó la angustia de ser engullido por una ballena, entendiendo que era la pesadilla que me ocasionó comerme 10 tacos de una carne extraña, y sólo porque estaban al 2x1 por introducción. Hoy día, el consumismo rebasa toda tolerancia natural del propio cuerpo, se tienen cosas aunque no se ocupen, o se quieren cosas aunque hagan daño, algo así como la neurosis ¿o no?
En fin, no me faltan más ejemplos para ya haber dejado la idea de lo que me refiero, pero esto conlleva una conclusión: ¿Por qué me volví un sufijo? Bueno, porque todo lo que hago o lo que soy se vuelve parte de mí, y así va quedando como parte de mi personalidad, y es que en esta época donde los ‘medios’ (de comunicación) son imprescindibles, nuestra predisposición a la enajenación es más grande, así como cuando advertimos en nosotros un rasgo “Simpson”. Es fácil saber que los monitos amarillos son una inspiración de nuestras propias actitudes, pero poco a poco nos las están devolviendo y, en parte, es por ese medio que nos damos cuenta de las mismas y ahora podemos hacer una parodia de nosotros mismos. Y en este quehacer ocioso hallo un placer: poder ser todo y todos, y a la vez no ser nadie al estar fundido con todos, personalizando las palabras a mi situación específica, y así, hacer un poco más divertidas las referencias a mi ser: soy más feliz siendo egoricel que egocéntrico.
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